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¿Sexismo en el lenguaje?

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Hoy dedicamos este espacio del blog para hablar del sexismo en la lengua, más concretamente en el castellano, nuestra lengua materna. Tras leer el reportaje de Ignacio Bosque, publicado en la edición digital del diario El País, en el que se habla sobre las diversas guías del lenguaje, hemos coincidido en que una lengua, por encima de cualquier otra característica, ha de ser útil, sencilla y eficaz.

La sociedad “civilizada” se ha caracterizado siempre por tener tintes machistas, esto es un hecho innegable. Es normal pues, que a la hora de formar un lenguaje tengan más peso las estructuras masculinas sobre las femeninas. El ejemplo más claro lo podemos observar a la hora de denominar a un grupo mixto de personas. Lo común es decir “nosotros” sobre “nosotras”, aunque la mayoría de las allí presentes sean mujeres. Por ello, se está empezando a admitir ambos casos para denominar a un grupo mixto ante las continuas quejas de colectivos de mujeres que se ven menospreciadas por el lenguaje.

Sin embargo, nosotros no pensamos que estemos ante un caso de discriminación ni sexismo. En el griego antiguo, así como en otras lenguas, existen tres géneros: masculino, femenino y neutro. Entendemos que mediante el uso del masculino para denominar colectivos (al que se ha llegado por unas cuestión de utilidad y tradición) no se pretende discriminar al genero femenino, sino llegar a un termino que nos sirva para denominar a todos de forma fácil y pudiendo aportar la máxima información posible al receptor. Así, si nos dicen, “vamos nosotros” entendemos que los que van no tienen por qué ser solo hombres, sino que puede ser una mezcla entre mujeres y hombres.

El machismo no tiene cabida en el siglo XXI, pero ha dejado una huella en muchos aspectos de la sociedad que siguen creando desigualdades entre hombres y mujeres, como es el caso de la posición de la mujer en el mundo laborar, o el léxico en el lenguaje que es lo que nos atañe.  Sin embargo, también pensamos que no existe una necesidad primordial de modificar el lenguaje constantemente, ya que este cumple bien sus funciones, por lo que tampoco estamos de acuerdo con actitudes neuróticas (“los/as niños/as que tengan padres y madres apuntados/as en la asamblea…”) que pretenden cambiar la lengua materna de millones de ciudadanos, solo porque piensan que se sienten “menospreciadas” y “sin visibilidad”, cuando en realidad no es así.

La lengua nos corresponde a todos por derecho, y es nuestra obligación hacerla más completa y útil siempre que podamos, todo lo que conlleve complicarla en busca de intereses personales nos parece contraproducente y sin sentido. Debemos darnos cuenta también que las reformas que se llevan actualmente de la lengua afectarán a generaciones futuras que aprendan la lengua con los nuevos matices, pero que en la actualidad no tendrán gran importancia debido a la falta de información e interés de la población, amoldada a lo establecido. Por ejemplo, creemos que si explicamos a un hombre de ochenta años que no puede seguir hablando como lo hace porque es sexista, la reacción no será muy positiva y seguirá usando el lenguaje como a él más le convenga.

El problema, consideramos, es de base: se confunde el género de las palabras con el sexo de las personas en un debate en el que, además, se extrapolan problemas de índole social que no afectan, a pesar de las críticas, a la manera en la que se habla para generalizar a un conjunto de persona. Las palabras no tienen sexo. El problema recae a la hora de la expresión, en la que sí se puede incurrir en cierto sexismo (por ejemplo, “Los hombres, que iban acompañados de sus mujeres, murieron en el accidente”). Por tanto, concluimos de manera muy severa con que la lengua española no es sexista. Hay que cambiar, entonces, la concepción social, no la del lenguaje.  

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